
11 Mar MASACRE DE TRUJILLO Y LOS VIENTOS DE GUERRA
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Autor: Santiago Pérez Hernández Estudiante de Derecho / Universidad Libre |
“La forma más estúpida de acabar con lo mejor de una sociedad es la guerra”.
Abel Pérez Rojas.
Por: Santiago Pérez Hernández.
Tierra de cobre y mineral, de cielo y mar azul, de grandes y majestuosas montañas, de un campo de café, de caña y de flores; acompañado de gente trabajadora, dispuesta a dar su vida por la patria y por el progreso. Tierra fecundada para el cultivo y aprovechamiento de los recursos que en éste se encuentran. Todo esto promete un futuro esplendor, una tierra de hombres libres, de bestias domadas, un asilo contra el mundo despótico y opresor.
Pero la cruda y amarga realidad es que estas tierras ricas y fértiles no han sido más que un campo de batalla, donde se ha llevado a cabo, por casi cinco siglos, un conflicto vil, sangriento y tortuoso. El himno de Colombia en su primera estrofa dice “ceso la horrible noche, la libertad sublime, derrama las auroras de su invencible luz”, pero esto parecen ser solo palabras. Desde que fue concebida esta nación esas noches de nostalgia, de temor, de espanto no han cesado, la libertad flagelada a cada paso que da el campesino, el indígena, el negro, el mulato o el pobre. Este es un país cimentado en la violencia, en la muerte, en el despojo y en la opresión.
Evocan las palabras con las que Galeano llamó a uno de sus libros Las venas abiertas de América Latina, que están más abiertas que nunca.
Aunque ya se fueron los españoles, portugueses y franceses, aquí dejaron la tragedia, la muerte, la desesperanza y el temor que día a día se ve por estas tierras.
La Masacre de Trujillo, que es como se les denomina a unos indescriptibles sucesos ocurridos entre 1986 y 1994, donde no solo las masacres, sino que los secuestros, las desapariciones, las torturas, los homicidios, y las detenciones arbitrarias eran más comunes que el pan o que la lluvia.
Crímenes hoy considerados de lesa humanidad, cometidos por paramilitares acompañados de la fuerza pública colombiana, ¡cometidos por el mismo Estado! Las víctimas fueron señaladas como colaboradores o como guerrilleros para justificar sus muertes, hasta el mismo sacerdote Tiberio Fernández fue asesinado.
La crueldad de los crímenes y torturas serían más tarde replicadas por los paramilitares en todo el país, de manera sistematizada como si de una fábrica se tratase. El uso de motosierras para desmembrar a las víctimas, estando algunas incluso con vida, la asfixia con el método “clásico” de poner una toalla y verter chorros de agua, el herir con metales calientes y luego aplicar sal en las heridas, el levantamiento de las uñas, el romper uno a uno los dedos y el sacar diente por diente. No era suficiente con matar, por eso lo hicieron de las maneras más horribles.
Hoy todavía los sobrevivientes y las familias de estos siguen gritando, escribiendo y luchando, porque aún hay impunidad de las muertes y de los crímenes. Trujillo parece tierra maldita, allí también han estado varios grupos delincuenciales como el ELN o las organizaciones del narcotráfico.
Lo que se vivió allí es un reflejo, es el esbozo de lo que ha pasado en Colombia y en Latinoamérica en general.
Los mismos estados han violado toda clase de derechos, desde la dictadura de Pinochet o la de Videla el terrorismo de Estado no solo se ha traducido en bombas, masacres y desapariciones, sino también, en la venta de impunidad al mejor postor.
Miserable es un país que después de la evidencia de las tortuosas y viles muertes que se cometieron contra una población desarmada permite que sus perpetradores sigan libres como si nunca hubiesen hecho nada.
La impunidad es una forma de revictimización, de seguir haciendo presión en la herida. Hoy Trujillo vive la negligencia que ya parece propia del Estado colombiano, donde ni siquiera el monumento a las víctimas ha sido terminado.
Entender lo que pasa en Trujillo es entender lo que pasó y pasa en Colombia. El conflicto colombiano tiene varias causales, que no son de hace 100 años, sino desde antes de la propia fundación como Estado. El conflicto por la tierra es uno de ellos. Históricamente, ésta es una lucha que se ha dado y que, por supuesto, se seguirá dando. Una lucha por la tenencia de tierras; por un derecho del campesino, del indígena y del colombiano en general; una lucha para poder labrar la tierra.
El narcotráfico es otro eje principal de la guerra, pues por más amor que haya entre compañeros, la ideología no alimenta ni provee de armas. Es el narcotráfico el que permitió la financiación de guerrillas y paramilitares, y convirtió a territorios como Trujillo en campos de batalla, donde unos luchan con nosotros para la tenencia de rutas, de cultivos y de la mano de obra.
Y por supuesto, otro causal del conflicto es la falta de oportunidades, la brecha social, la disonancia campo-ciudad, la degradación de los asentamientos y de los territorios, la poca o nula presencia del Estado. Todo esto junto hizo un caldo de cultivo perfecto para la violencia que parece endémica de esta zona del mundo.
Prohibido olvidar, la memoria transforma el dolor en esperanza, la muerte en vida, la impunidad en justicia.